domingo, 11 de octubre de 2015

DEL CLUB AL PUTI-CLUB

Quizás, una las particularidades más enigmáticas a la vez que hermosas de nuestra especie sea la ambigüedad. En eso somos, sin duda, la especie reina de la naturaleza. Por más que invirtamos tiempo y recursos en investigar y aprender sobre el conjunto de animales con los que compartimos este trocito de universo y del que estamos equivocadamente convencidos ser los propietarios, más lejos nos encontramos de conocer los retorcidos esquemas del pensamiento que circula, la mayoría de las veces por esa parte comprometida con la oscuridad y obcecada en vivir en la espalda, en ese reflejo que jamás conseguiremos ver en el espejo, de nuestro cerebro.
Generalizando, y por no entrar en patéticas singularidades de las que hacen gala algunos de nuestros degenerados congéneres, nos gusta la naturaleza. Aún conservamos alguna vetusta reminiscencia de que procedemos de ella y como la consideramos —o deberíamos hacerlo— sabia, por eso de no ser menos, nos apuntamos al carro convencidos de formar parte de ella, aunque de esa sabiduría, que es lo que verdaderamente nos atrae, demostramos estar tan lejos como una oveja. Pero en algún punto del camino —y como hoy estoy osado le llamaré camino al mero hecho de haber comenzado a caminar erguidos—, alguien ondeó el banderín, esa señal que marcó el inicio de una carrera para llevarse el premio de quién es capaz de joder nuestro medio, que debería ser entero, más y en menor tiempo.
Derrochamos horas, intentando llenar páginas como esta, con la pretensión de hacer de la cultura nuestro verdadero interés. Pero en los bares y tabernas, esos lugares actuales donde como en las ágoras griegas damos rienda suelta a nuestras más sinceras inquietudes, el que no habla de política y fútbol es un apestado. Y no voy a seguir aburriendo con más ejemplos que todos conocemos porque mis intenciones en este desvarío de hoy giran en torno a dos palabras: ambigüedad y oveja.
Adoramos la singularidad, sentirnos diferentes, y la mayoría, ser más diferente o diferente por ser más, que para el caso es igual de estúpido. Pero perdemos el, llámese al lugar donde la espalda pierde su nombre, por formar parte de un grupo; de cualquiera donde nuestra opinión, posición o parcialidad, provoque los consiguientes asentimientos de cabeza del resto de ovejas de ese rebaño. Somos individualistas pero sectarios, siempre procurando buscar el amparo de un círculo, peña o sociedad, y que hoy he decido llamarles club, porque ante su contrario: puti-círculo, puti-peña o puti-sociedad, prefiero pervertir otra lengua.
Y no me parece mal. Pretender que el individuo aislado sea capaz de avanzar más que el grupo es una majadería de la que es consciente hasta el más ignorante de los ñús. El ser humano, desde los tiempos en los que las ideas se expresaban con imágenes porque a la palabra escrita ni estaba ni se la esperaba, siempre ha necesitado del grupo, aprender de los aciertos y errores de cada uno para avanzar. El asociacionismo nos ha hecho progresar, que aunque pueda ser sinónimo de florecer, no ha conseguido negociar con la belleza interior. Y como no me parecen mal, los respeto aunque yo no pertenezca a ninguno, siempre y cuando sirvan para el objetivo de unir. Pero están los otros, los puti-club, esos que nuestra ambigüedad crea, utilizando la excusa de unir, para conseguir una fuerza suficiente con la que joder al rebaño que ha tenido la osadía de preferir el prado de enfrente. Y estos son los que me revientan, porque nunca se crean con la intención de intercambiar ideas sino con la de, y con las manos taponándose los oídos, imponer las propias a las de los demás. El puti-club se convierte en el centro de prostitución del pensamiento, en el garito oscuro donde las falsas convicciones travestizan la realidad mutando al sujeto en prosélito. Y aunque la naturaleza tenga sus razones, nosotros somos más cabrones y manipulamos la ambigüedad del individuo para, con la mayor de las sutilezas, convertir a la persona en oveja, amotinar al grupo en ejército, y siempre, sin perder de vista algún beneficio, atravesar esa frontera del club al puti-club.

Oscar da Cunha

11 de octubre de 2015


2 comentarios:

  1. La perpetua necesidad de afirmación; la permanente dependencia del humano. Buen artículo. Saludos.

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    1. Así es Manuel, una más de las necesidades con que se alimenta nuestra especie. Un placer y un honor verte por aquí.
      Abrazos.

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