domingo, 25 de octubre de 2015

AHORA QUE ESTAMOS SOLOS, VAMOS A CONTAR MENTIRAS

Y aprovechando que el día ya se apaga en el parque y a la farola, nuestra farola, todavía no le han puesto bombilla nueva, vamos a sentarnos en el banco porque quiero que me cuentes. Ahora que estamos solos y entre la oscuridad no somos más que dos gatos pardos.
Cuéntame que no es mentira que hubo un tiempo en el que al valor de la palabra no le hacía falta el papel. Cuando os intercambiabais compromisos con el impreso oficial de una mirada sincera y como notario un buen apretón de manos. Y esos compromisos no los rompía ni el dinero ni cualquier excusa, porque lo que nadie se planteaba era darle la espalda a su honor. Y perder la dignidad suponía el destierro al peor de los infiernos, allí donde ardían en su soledad los farsantes. Porque he oído de un fuego para tramposos al que ya se le acabó el carbón.
Háblame, porque de atender algo queda, de esas tardes en que os sentabais para escuchar al abuelo que ya había atravesado por mucha vida, y de sus fortunas y desdichas fuisteis heredando las mejores lecciones. Lecciones en blanco y negro porque el color lo reservaba para esas fantasías con las que también os dejabais soñar. Recuérdame a esos abuelos, supervivientes de muchas batallas para dejaros un futuro hasta quedarse ellos sin presente, pero que no los abandonabais en la esquina de la chimenea con la mirada perdida en el pasado, porque de ellos aprendisteis a recibir y que agradecer es la mejor manera de devolver. Y los recordabais aunque el tiempo de tenerlos se hubiera marchado, porque el momento de revivirlos nunca se marcharía.
Dime que no me lo contaron mal, que la palabra amigo se utilizaba con prudencia, con la medida que imponen el tiempo, la distancia y la evidencia. Que antes de ceñir el nudo se verificaba tirar del cabo acertado y a eso gracias no había después fuerza capaz de desatarlo. Y que sólo se perdía un amigo cuando algo se moría en el alma. Porque al propósito de amistad lo revestíais con un halo sagrado, reservado a ese grupo en el que también estaban incluidos los familiares más cercanos, y entre cualquiera de vosotros os intercambiaríais la vida. Dime, también, que las palabras traición, engaño, envidia, venganza… jamás traspasaban la sólida barrera imaginaria que protegía ese grupo, y aunque no faltara ocasión en la que alguno fallase, porque en aquel tiempo no os considerabais perfectos, la tolerancia no estaba pasada de moda.
Explícame eso de que en el precio de la entrada del cine estaba incluida la garantía de que al final de la película siempre ganasen los buenos, y os esforzasteis duro para convertir aquellas ficciones en realidad pero se os quedó pendiente el final que, ahora, a nosotros, se nos ha torcido. Y que no había más libertades pero, entre vosotros, al que tiraba la piedra lo afrontabais de cara hasta que enseñase la mano, porque en los juzgados siempre se le ha entregado la razón al que la compra y no al que la tiene.
Recuérdame que las cosas se pedían por favor, aunque no fuera necesario y después se daban las gracias, porque a nadie se le consideraba obligado. Que también teníais máquinas, como la de escribir o esa por cuyo altavoz salían las noticias, y aquellas en la que una voz de operadora os anunciaba larga demora, pero nadie se las llevaba a la mesa a la hora de comer, porque sabíais que antes de disfrutar de los ausentes primero había que aprovechar la compañía de los presentes. Y que aunque aquellos tiempos pasados nunca fueran mejores, vosotros empleasteis todo el esfuerzo en que lo aparentasen.
Y ahora cuéntame que hoy tenemos más justicia, derechos y libertades, pero explícame por qué no lo parece.

Y en este momento que a la oscuridad se la ha unido la niebla y ni a ti consigo verte, cuéntame que aquello no terminó, que no vivimos más que en un paréntesis tras el que conseguiremos volver a encontrarnos en la cara correcta del espejo, donde nuestro reflejo nos devuelva el brillo de una mirada serena.
Esta noche, cuéntame aunque sea mentira, porque necesito no sentirme solo.

Oscar da Cunha

25 de octubre de 2015 

domingo, 11 de octubre de 2015

DEL CLUB AL PUTI-CLUB

Quizás, una las particularidades más enigmáticas a la vez que hermosas de nuestra especie sea la ambigüedad. En eso somos, sin duda, la especie reina de la naturaleza. Por más que invirtamos tiempo y recursos en investigar y aprender sobre el conjunto de animales con los que compartimos este trocito de universo y del que estamos equivocadamente convencidos ser los propietarios, más lejos nos encontramos de conocer los retorcidos esquemas del pensamiento que circula, la mayoría de las veces por esa parte comprometida con la oscuridad y obcecada en vivir en la espalda, en ese reflejo que jamás conseguiremos ver en el espejo, de nuestro cerebro.
Generalizando, y por no entrar en patéticas singularidades de las que hacen gala algunos de nuestros degenerados congéneres, nos gusta la naturaleza. Aún conservamos alguna vetusta reminiscencia de que procedemos de ella y como la consideramos —o deberíamos hacerlo— sabia, por eso de no ser menos, nos apuntamos al carro convencidos de formar parte de ella, aunque de esa sabiduría, que es lo que verdaderamente nos atrae, demostramos estar tan lejos como una oveja. Pero en algún punto del camino —y como hoy estoy osado le llamaré camino al mero hecho de haber comenzado a caminar erguidos—, alguien ondeó el banderín, esa señal que marcó el inicio de una carrera para llevarse el premio de quién es capaz de joder nuestro medio, que debería ser entero, más y en menor tiempo.
Derrochamos horas, intentando llenar páginas como esta, con la pretensión de hacer de la cultura nuestro verdadero interés. Pero en los bares y tabernas, esos lugares actuales donde como en las ágoras griegas damos rienda suelta a nuestras más sinceras inquietudes, el que no habla de política y fútbol es un apestado. Y no voy a seguir aburriendo con más ejemplos que todos conocemos porque mis intenciones en este desvarío de hoy giran en torno a dos palabras: ambigüedad y oveja.
Adoramos la singularidad, sentirnos diferentes, y la mayoría, ser más diferente o diferente por ser más, que para el caso es igual de estúpido. Pero perdemos el, llámese al lugar donde la espalda pierde su nombre, por formar parte de un grupo; de cualquiera donde nuestra opinión, posición o parcialidad, provoque los consiguientes asentimientos de cabeza del resto de ovejas de ese rebaño. Somos individualistas pero sectarios, siempre procurando buscar el amparo de un círculo, peña o sociedad, y que hoy he decido llamarles club, porque ante su contrario: puti-círculo, puti-peña o puti-sociedad, prefiero pervertir otra lengua.
Y no me parece mal. Pretender que el individuo aislado sea capaz de avanzar más que el grupo es una majadería de la que es consciente hasta el más ignorante de los ñús. El ser humano, desde los tiempos en los que las ideas se expresaban con imágenes porque a la palabra escrita ni estaba ni se la esperaba, siempre ha necesitado del grupo, aprender de los aciertos y errores de cada uno para avanzar. El asociacionismo nos ha hecho progresar, que aunque pueda ser sinónimo de florecer, no ha conseguido negociar con la belleza interior. Y como no me parecen mal, los respeto aunque yo no pertenezca a ninguno, siempre y cuando sirvan para el objetivo de unir. Pero están los otros, los puti-club, esos que nuestra ambigüedad crea, utilizando la excusa de unir, para conseguir una fuerza suficiente con la que joder al rebaño que ha tenido la osadía de preferir el prado de enfrente. Y estos son los que me revientan, porque nunca se crean con la intención de intercambiar ideas sino con la de, y con las manos taponándose los oídos, imponer las propias a las de los demás. El puti-club se convierte en el centro de prostitución del pensamiento, en el garito oscuro donde las falsas convicciones travestizan la realidad mutando al sujeto en prosélito. Y aunque la naturaleza tenga sus razones, nosotros somos más cabrones y manipulamos la ambigüedad del individuo para, con la mayor de las sutilezas, convertir a la persona en oveja, amotinar al grupo en ejército, y siempre, sin perder de vista algún beneficio, atravesar esa frontera del club al puti-club.

Oscar da Cunha

11 de octubre de 2015