jueves, 23 de mayo de 2013

LIEBE KODEK

La culpa ha sido de la lluvia, pero no me sirve como pretexto, ni siquiera como desahogo. Desde haces meses, muchos, casi más de los que contiene mi memoria, cada curva no es sólo un trozo más de carretera, un pequeño ladeo del volante, el anuncio de una nueva perspectiva, ¡no! Y hoy ha sido mucho más, hoy esa curva se ha convertido en la delgada línea que separa la vida de la muerte, en la puerta que se cierra para no volver a abrirse jamás. La conozco por peligrosa; tras una larga recta descendente que te invita a dejarte llevar, a encender un pitillo, a echar una mirada al paisaje, siempre se exhibe siniestra, inadvertida, peraltada en el sentido contrario a la razón. Desde hace años acumula los colores de la carrocería de los muchos que se han tropezado con ella, es la curva del arco iris embustero, ese que aparece aún cuando la lluvia no anuncia su despedida.
Unos decían que el camión entraba adelantando, otros que el automóvil bajaba excesivamente rápido, que era extranjero,  que no conocía… ¡qué más da! El resultado ha sido el mismo, más pintura en la roca, por eso he adivinado que el vehículo era azul. ¡Joder, como el cielo que hace tiempo que no vemos! Un caudal de lo que horas antes fue un coche estaba ahora diseminado a lo largo de varios metros, hierros, plásticos, gomas… La policía ralentizando y ordenando el escaso tráfico, los bomberos apagando las últimas brasas y mi mirada congelada al ver la ambulancia indiferente, con la lucecita naranja apagada y el gesto impotente de los miembros de la UVI móvil. Esa bolsa plateada que ahora envuelve los restos de lo que momentos antes tuvo vida, pasado y futuro, sobre el gris mojado, esperando la llegada de la autoridad correspondiente. La conmoción de solidaridad me ha obligado a pararme, a mirar esa mortaja en la que, si al destino le hubiese salido mi número, estaría yo. Quizás el café que me había robado cinco minutos, quizá la llamada en la que yo creía haber perdido otros cinco, quizá mi maletín olvidado en ese cliente al que he tenido que volver maldiciendo los otros más de diez desperdiciados, quién sabe. De no haber circunstancias tal vez tendríamos primavera, o acaso yo hubiese circulado delante de él, frenando como hago por costumbre antes de la curva del arco iris y le hubiese obligado a aminorar. Pero esa hora estaba marcada en su reloj, como todos llevamos la nuestra y afortunadamente ignoramos. Veinte minutos nos habían separado, acaso esos veinte minutos acababan de robarle a él la vida, veinte malditos que se han convertido en uno para la eternidad.
—¿Y él? —he preguntado—. Deambulaba sin rumbo, cojeando notablemente, buscando con su nariz entre los restos un olor que volviese a ordenar el mundo en su cabeza, que le llevara hasta su compañero de viaje, algo que le recordase la última caricia, que colocara de nuevo lo irreversible tal y como estaba antes de lo que era incapaz de entender. Me acerqué al aturdido animal, “Liebe Kodek”, se leía grabado sobre una chapa dorada en su collar.
—¿Era alemán? —les pregunto a los policías.
—Parece que sí, sólo hemos encontrado una placa y es de Alemania. ¿Cómo se ha podido salvar el perro?
—Ha tenido mala suerte, él hubiese preferido compartir la bolsa plateada con su amigo.
La culpa siempre es de la lluvia, la que llora del cielo cuando no lo vemos y la que hasta su fin acompañará los ojos de ese animal sin dejar buscar en el arco iris en el que se perdió.

Oscar da Cunha
23 de mayo de 2013

jueves, 16 de mayo de 2013

ZOMBIS


Hay días en los que la suerte no está de mi parte, mi agenda me ha obligado a comer en un bar con televisión. Hay días en los que el reloj también juega en el bando contrario, me ha tocado un informativo. Hay días en los que pierdes en el juego de las cuatro esquinas y el único asiento libre me ha enfrentado a la pantalla. Una pantalla sin voz que ha comenzado a agredirme con sus imágenes.
Políticos, como los de siempre, como en aquellos tiempos en los que yo aún veía los noticiarios. Otras caras, diferentes corbatas pero los mismos aspavientos. Diferentes siglas en el muro desde el que mienten pero idéntico desprecio, en su mirada, por la angustia de una sociedad que ve como se le roba el futuro. Jerarcas corruptos, moviendo las fichas del tablero de ajedrez sin importarles, sin pensar siquiera, en la jugada del contrario; conscientes, aquiescentes ante la travesura de cuatro poderosos que se van tragando la realidad y los sueños de los que, cada vez menos, todavía conservamos un poco realidad y un menos de sueños.
Violencia, también como la de antes, pero que ahora ocupa más minutos, mas sangre en la pantalla. Imágenes que, por su crudeza, sólo se nos insinúa para proteger una sensibilidad que ya nadie recuerda. Personas que, a cuerpo descubierto, intentan evitar el sometimiento contra androides con moderno armamento. Marionetas mortales dirigidas por cuellos blancos con poder para arrasar una tierra que nadie heredará.
Lágrimas solitarias que no entienden las razones de los asesinos a granel. Que no pueden perdonar porque nadie se preocupa de enseñarles que la venganza no cicatriza heridas. Muertos inocentes ajenos al falso paraíso de los suicidas. Religiones creadas para unir al hombre y utilizadas para destruir familias. Fuego y humo que se lleva el viento dejando pedazos de lo que una madre llevó en su vientre.
Violencia de barrio silencioso, de vecinos pero extraños. Crímenes con sólo victimas en un solitario apartamento rodeado de ermitaños sordos, indiferentes fingiendo sorpresa.
En ese bullicioso comedor que ignora las sombras que nos amenazan se me atragantan los macarrones. De repente se hace el silencio, la pantalla se llena de camisetas con diferentes rayas, sobre un fondo verde que espera que ruede ese balón, bajo la, entonces sí, atenta mirada de unos ojos sin vida.
Soy un inadaptado pero no puedo con el segundo plato, dejo el billete encima de la mesa y me largo. Para el futuro llevaré siempre un bocadillo preparado, aunque me toque un día comerlo rancio, en un banco frente al mar, o sobre una piedra del camino. Ya no estoy dispuesto a despreciar mi tiempo compartiéndolo con zombis.


Oscar da Cunha
16 de mayo de 2013