viernes, 27 de enero de 2012

UN TROZO DE PAPEL


UN TROZO DE PAPEL

  Anuncian frío para este fin de semana, no es nada anómalo estamos en Invierno y algunos inviernos pasan estas cosas.
  Me pongo a revisar el fondo abisal de mi armario, eso sí es anómalo.
  Habitualmente echo mano de las cuatro prendas que están más cercanas; no es por pereza, que también. Son horas inadecuadas de la madrugada y, todavía con una mano ocupada en sujetar el trozo de papel que nunca termina de cicatrizar el último tajo que me ha regalado la maquinilla de afeitar con la que cada mañana intento disimular los rasgos neanderthales de mi cara, me coloco encima más o menos lo de siempre.
  Tampoco es una decisión importante, en mi agenda del día no figura ningún pase de modelos; y para ser sincero, toda mi ropa se parece demasiado. Algunas veces me pregunto si la visión de Gattaca me afectó más de lo que razonablemente soy capaz de aceptar.  
  Además, por alguna razón que aún está pendiente de aclarar, hoy mis gatos tenían prisa en que bajara a abrirles la puerta para salir a la calle, creedme que cuando se  lo proponen tienen una técnica muy elaborada para hacerme renegar de mis últimos minutos de sueño.
  Acostumbrado a las prisas mañaneras me he encontrado frente al armario con quince minutos de adelanto sobre el horario habitual, es decir, con tan solo cinco de retraso, y  eso me ha permitido explorar el fondo del guardarropa.
  El viejo abrigo de paño negro, hacía por lo menos veinte años que no me lo ponía. La sorpresa ha venido con duplicado: aún se encuentra en perfecto estado, y yo sigo entrando en él.
  La mañana era fría, mientras me dirigía hacía el café habitual, la cámara de reflexión de mi oficina, con las manos en los bolsillos mi derecha ha tocado un  papel. Antes de tirarlo a la papelera, ya sabéis, la que está frente al bar donde desayuno, se me ha ocurrido leerlo. Hay notas que te cambian la vida.

  Fue hace aproximadamente veinte años, cuando también de forma parecida, lo descubrí. Acababa de bajarme del tren, serían las siete de la mañana y ese día Paris me recibía con uno de sus más fríos amaneceres. Al leerlo, en mi soledad entre la aglomeración cruzando la estación de Austerlitz, adiviné que Ella me lo habría deslizado la noche anterior, en la estación de Hendaya, al despedirme, justo en el momento del penúltimo beso. Su manera, una más, de no permitir que al día siguiente me sintiera tan vacío.

Mi corazón si no te
ve no tiene sosiego
Y mi pena es
Como un mar sin
Playas.
Vuelve pronto
Te quiero
Lou

  ¿Te acuerdas?
  Le he sonreído al enseñárselo. Hace tiempo que hemos pactado que ningún trabajo nos volverá a privar de amanecer juntos.
  Me ha regalado un beso, de los de siempre, iguales al primero que me dio hace ya veintisiete años.
Oscar da Cunha
27 de Enero de 2012